martes, 22 de mayo de 2012

Hoy vengo a protestar

     En un principio este blog iba a hablar de juegos y videojuegos y, en realidad, tampoco he escrito tantas entradas ni han sido de juegos. La de hoy tampoco lo va a ser. No se si va a ser larga o corta, y si le falta alguna tilde es porque no las encuentro en el teclado del ipad y se me han pasado al revisar el texto en el ordenador. 
     Lo que sí sé es que necesito escribir un rato a ver si así despejo un poco la cabeza. Que sí, que podría hacerlo sobre papel, pero me apetecía mas probar este teclado (y por ahora parece que no me va mal). 
     Pues eso, que como dice el título vengo a protestar. A protestar sobre todo para ver si consigo quitarme de la cabeza que quizá no sea una buena madre por no dar el pecho ni llevar a la nena en un portabebés. 
     De lo de no haber parido casi prefiero no hablar. Como ya conté al final fue una cesárea de urgencia y, desde mi humilde y no muy científica opinión, creo que fue justificada: la niña era muy pequeña y no había garantías de que fuera a superar el parto, no se podía quedar dentro a ver si crecía porque se estaba quedando sin liquido amniótico, mi tensión estaba por las nubes (de hecho, tenia preeclampsia aunque nunca se pronunció esa palabra ni aparece en ningún informe),... En fin, que es relativamente probable que, de haber insistido en un parto natural, ni la nena ni yo estuviéramos ahora aquí, o al menos no en estas condiciones. 
     Los momentos inmediatamente posteriores a la cesárea no pueden calificarse con otra palabra que no sea crueldad, aunque puedo entender que no había mucha opción a hacerlo de otra manera. No pude más que darle un beso en la frente (ni tocarla siquiera porque me habían atado los brazos para que estuviera quieta) y se la llevaron a la incubadora, y a mí me llevaron a reanimación. Como fue por la noche no me subieron a planta hasta por la mañana pero, en realidad, habría dado igual, porque no me dejaron levantarme de la cama e ir a verla hasta por la tarde... 
     Supongo que cualquier asesor de lactancia me diría que ahí perdimos las dos unas horas cruciales, pero tampoco creo que hubiera habido mucho remedio sin hacernos daño a ninguna de las dos. Y cuando por fin me la pude poner al pecho tampoco funcionó: yo no sabía cómo hacerlo, y ella no tenía fuerza suficiente porque era muy chiquitina. Durante el tiempo que estuvimos en el hospital fui al sacaleches cada vez que pude pero no conseguía leche mas que para un bibe o bibe y medio, y ella seguía sin ser capaz de agarrarse. Supongo que con un bebé de tres kilos y medio se puede una permitir el lujo de esperar a que se agarre porque ya lo hará cuando tenga suficiente hambre, pero no con una niña que no llegaba a los dos kilos. 
     A los diez días por fin nos dejaron irnos a casa, con instrucciones muy precisas de que no pasara mas de tres horas sin comer pues se podía deshidratar. El primer sacaleches que me compré no era, ni de lejos, tan eficiente como los del hospital, con lo que la cantidad de leche empezó a disminuir, y encima hacía un ruido de mil demonios. Hablé con la matrona y me recomendó otro distinto, que también compré, y me dijo que intentara usarlo preferentemente cada dos horas, además de ponerme a la niña al pecho en el mayor numero de tomas posible. Pero esto último tampoco era tan fácil pues sólo intentaba agarrarse cuando no estaba ni dormida ni muy hambrienta, es decir, como mucho un par de veces al día. Al menos este segundo sacaleches no hacía apenas ruido y funcionaba mejor, con lo que hubo algún día aislado que conseguí llenarle dos bibes con mi leche. 
     A las cinco semanas ya no podía mas. Después de haberme levantado a las tres y a las seis de la mañana (cuando mi marido empezó a trabajar las noches de entre semana las hacía yo que luego podía dormir una buena siesta) la toma de la mañana empezaba a las nueve, la niña podía tardar tres cuartos de hora o una hora en tomarse el biberón, luego había que ayudarla a dormirse, después me ponía en el sacaleches... y muchas mañanas me encontraba a las once sin desayunar, con el camisón abierto hasta la cintura y con la certeza de que a las doce había que empezar otra vez. 
     Así que un día dije basta, y mi propio cuerpo pareció decirme que había acertado porque en su última toma mi bebita se tuvo que soltar porque me había sacado sangre del pezón y no le gustó nada. 
     Pero el caso es que me siento culpable, y creo que no debería. Entiendo que la lactancia materna es el mejor alimento para los bebes, pero hay veces que no funciona. Es posible que pudiera haberle puesto más empeño, pero creo que no muchísimo mas. Es posible que pudiera intentar una relactancia, pero nadie puede dar garantías de que fuera a funcionar y, siendo sincera conmigo misma, lo cierto es que lo haría más por mí, por intentar quitarme el sentimiento de culpa, que por ella. 
     Hoy por hoy la nena es una bebita de tres meses muy feliz y muy activa, que quiere estar sentada y parece que ya quiere hablar, que me conoce perfectamente y me dedica multitud de sonrisas desdentadas y gorgoritos. Pesa más de cuatro kilos, está muy larga (ha crecido 13 centímetros en estos tres meses) y está perfectamente sana. ¿Qué más puedo pedir?

PD: si has llegado hasta aquí, gracias por leerlo. Sé que no tiene nada que ver con el blog, pero necesitaba soltarlo.