La razón principal por la que empecé a jugar
videojuegos podríamos encontrarla en las malas compañías de la facultad. Como los pobres informáticos no tenían facultad propia estaban repartidos por distintos edificios del campus y, por diversos motivos, acabé teniendo más relación con los informáticos que con mis compañeros de carrera...
Uno de estos informáticos está ahora viviendo conmigo... y me tiene el salón lleno de consolas. Tenemos una
PS2, una
Wii, una
NDS, una
PSP y la última adquisición: ¡la
PS3! Entre que el monigote del
Little Big Planet me da un poco de miedo, que la consola es bastante enorme, y que, como suele
sucederle a
Sony, la gran mayoría de los juegos están enfocados a adolescentes con exceso de
testosterona, la verdad es que la
PS3 no es precisamente santo de mi devoción. (De acuerdo, el
Singstar de
ABBA y el
Overlord están bien, lo confieso).
A lo que íbamos, que el otro día en el centro comercial al señorito se le antojó el
Soul Calibur IV, que mira qué barato está de segunda mano y, por aquello de que estamos en Navidad y todo eso, decidí que le invitaba. Pues bien, hoy ha venido un amigo suyo y han estado jugando, y me han explicado que el juego consiste en darle a todos los botones mientras gritas improperios a la pantalla. Curiosamente, funciona. Lo que aún no he entendido es cómo, ni tampoco qué interés el juego después de los primeros dos combates... Definitivamente, me falta la
testosterona necesaria...